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Ciudad de ilusiones

domingo, abril 27, 2008

PaScUaL

Pascual despertó un día y se dio cuenta de que lo que verdaderamente faltaba en este mundo era vendedores de ilusiones. Sí, sí. Había cientos de panaderos, millones de constructores, médicos y hasta miles de profesores; pero alguien que de verdad hiciera feliz a la gente, eso, no se encontraba tan fácilmente, no señor. Y no se refería él a Felicidad, que ni siquiera era capaz de definir,

[¿verte temblar, porque tu piel me ha rozado sin querer, o a propósito, que ya no sé]

sino del concepto puro y duro de ILUSIÓN.

Los humoristas, le espetaban muchos, se encargan de hacer reír a la gente. E incluso los leedores de manos o los echadores de cartas, cómo se llamaran tales profesiones, muchas veces regalan a la gente ilusiones momentáneas, casi imperceptibles, débiles y pálidas, felicidad recubierta de engaño, aunque conformista. Pero alguien que de verdad vendiera ilusiones jamás se había visto. Así, que decidido a emprender su hazaña, Pascual metió 4 cosas en una bolsita de viaje, cargó su sillita a cuestas, y se fue a la gran ciudad. Y allí, en una de las esquinas de una de las calles principales de la gran urbe, plantó su paradita. “Ilusiones a 25 pesetas”.

Sólo por la novedad, poco a poco, los transeúntes se acercaban para ver a qué dedicaba su tiempo ese hombre, nuestro Pascual, sentado en su sillita en medio de la calle. Y poco a poco, todos fueron sumergiéndose, uno a uno, en el mundo de sus ilusiones. Y no era cosa fácil, aunque en nada aprendió. Pues como dijo alguien un tiempo, el amor, cuando se acaba, es la cosa más triste del mundo. Convencido como estaba, además, de que parte de la gente que recurriría a él, compraría ilusiones por que se les había terminado el amor. No de tanto usarlo, como se podrían creen muchos, sino bien al contrario, de darle poco uso. Porque si se quiere a alguien hay que decírselo, aconsejaba él siempre. Que sí. Y sus ilusiones se hicieron tan famosas alrededor del mundo, que a su paradita llegaron tantas personas como nacionalidades existen en este planeta. Y así, repartiendo felicidad, en minúsculas y despacito, porque de veras que se le daba bien, Pascual fue creciendo por dentro.