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Ciudad de ilusiones

miércoles, marzo 19, 2008

GRACIAS, A TI



Estoy hasta las narices de la maleta y del ordenador. [Y de no saber si hace frío o calor]

........................................... porque en realidad tengo las dos cosas, a ratos... Lo cierto es que tengo ganas de llegar allá donde sea que vaya. Me he tirado toda la noche, y parte de todo el día de ayer, que ya murió, despierta; ya no sé no cuántas horas hace que no duermo, hoy he trabajado de noche, y ayer madrugué mucho para mi existencia noctámbula, así que imaginaos la situación....

Pues en esas que pienso, mientras espero un cercanías que ha de llevarme allí donde vaya, y ni él ni yo llegamos nunca.... Hasta que aparece por la concurrida estación. Se para. Y me dispongo a subir, preparándome mentalmente un plan, en cuestión de décimas de segundo, porque he de subir yo, pero también, y a la vez, todos mis trastos, mi vida más cercana y necesaria [menos una parte, que no sé ni por dónde anda, y por lo visto tampoco quiere decírmelo]

... y cuando me cargo de fuerzas para alzar semejante peso, resulta que va y el escalón del maldito tren está tres o cuatro metros más alto de lo normal. Me cuesta horrores subir toda mi vida al vagón. Y cuando por fin lo consigo, mi zapato decide ir por libre, y se cae. No al andén, no, que hubiera sido lo más ¿cómodo? Si no a la vía del tren. O debajo del tren, no sé, porque la verdad es que no lo he visto. Y más rápido de lo que he ideado el plan para subir, se me pasa por la cabeza la idea de que mi zapato ya me ha visto lo suficiente. Evidentemente, no voy a meterme debajo del tren, no porque va a arrancar en unos segundos y es peligroso, que vá, si no porque me da mucha más vergüenza que el hecho de tener que ir descalza hasta donde sea que vaya.

Y de repente, surge de la nada un chico (y surge de la nada, literalmente, porque mi sofoco del momento no me ha permitido distinguir de dónde viene) y me suelta un ¡espera!, que a mi se me antoja lejanísimo, casi sordo. Y veo que se agacha delante de todo el grupo de gente que se había montado a nuestro alrededor, y empieza a alargar su brazo para intentar coger el dichoso zapato.

................................................. [¿Cóoooomo?]


Ahí ya reacciono. Todavía tengo conciencia y NO pretendo que nadie muera por mi (zapato) Dé-de ja lo. Tengo otro, va y le suelto. (Shhhh!) Pero el muchacho, al que no consigo -ni conseguiré ver su cara jamás- porque en ese momento la vergüenza sigue apoderada de mi y no permite que vea más que sombras y luces, emerge de nuevo a las alturas con mi zapato en la mano. Le doy las gracias como puedo, me sonríe, y se mete para dentro, y así, tal como aparece, desaparece. No consigo ver donde se sienta (tengo que calzarme, y recoger mis cosas), y como no sé qué cara tiene... pues listos vamos. La cuestión es que las puertas se cierran, y el tren empieza a arrancar. Conmigo, con él, y con el zapato dentro. Y me pongo a pensar que por suerte todavía existe gente impresionante por ahí suelta.